En tiempos
de paz, los caballeros se entrenaban para la guerra en torneos y justas que se
celebraban al aire libre. Era una forma de mantenerse en forma, pero también
les servía a los caballeros para darse a conocer y ganar fama entre los señores
y las damas.
Los torneos eran espectáculos públicos muy
apreciados. Consistían en una serie de juegos de habilidad, valor y astucia, en
el que se exhibían con elegancia los caballos, las vestimentas, los blasones y
las armas. Los caballeros jugaban al tiro con arco, a la quintena y a la
sortija.
La sortija
se realizaba a caballo y consistía en ensartar, al galope, la punta de la lanza
en una anilla suspendida en el aire.
La quintena
era juego que se realizaba a caballo, el jinete golpeaba con su lanza a un
maniquí móvil que se hallaba sujeto a un eje, de tal modo que al ser sacudido
se volvía contra el caballero, y este debía evitarlo.
Al finalizar
cada prueba se entregaba una serie de premios.
Las justas eran un deporte de alto riesgo,
pero los caballeros las preferían a los torneos porque les daban la ocasión de
enfrentarse a un contrincante del mismo nivel. Era el plato fuerte de los
espectáculos caballerescos, y, a diferencia de lo que ocurría en los torneos, a
los campesinos se les permitía asistir como espectadores.
Luego, los
contendientes se disponían cara a cara a ambos lados de una barrera y, montados
sobre sus caballos, arremetían a galope tendido tratando de derribar con una
lanza a su adversario.
En las
justas las armas eran de verdad, con lo que los que combatientes incluso podían
morir, pero tenía que correr ese riesgo si quería ser considerado valiente.
En los
torneos en cambio se utilizaban armas simuladas.
Los
vencedores se llevaban como premio el caballo y la armadura de los vencidos.
En las
tiendas de campaña los caballeros se ponían la armadura con ayuda de su
escudero y descansaban después de la justa.
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