Los
caballeros eran guerreros que debían comportarse con educación. Solían estar al
servicio de un noble y este a su vez ofrecía al rey lealtad.
Los reyes y
los nobles necesitaban un ejército para defender sus tierras. Los caballeros
servían a su señor.
Mientras los
hombres eran caballeros, las damas defendían el castillo de sus esposos. Pero
algunas se fueron a la guerra como Juana
de Arco (en 1429 intentó salvar al rey de Francia conduciendo un ejército
en la batalla).
Como el
caballo, la armadura y los sirvientes del caballero tenían un precio elevado,
solo podían convertirse en caballeros los jóvenes de las familias más
adineradas. Sólo podían ser caballeros los nobles.
Para
convertirse en caballero, el noble tenía que seguir un entrenamiento.
Cuando un
niño cumplía siete años, abandonaba a su familia para convertirse en paje del castillo de un señor,
generalmente un amigo de su padre o un tío.
Éste le
enseñaba a ensillar el caballo y a montar y también debía aprender como
sentarse en la mesa y comportarse como caballero. A cambio el paje debía
atender todos los recados que le encargaban, servir en la mesa a su señor y
tratar a todo el mundo con corrección y respeto.
Recibía una
educación básica de manos del clérigo del castillo. La educación incluía
nociones de historia, de geografía, de religión y un poco de lectura y
escritura al menos para escribir su nombre.
Con 14 años
el paje se convertía en escudero. Le
enseñaban a manejar la armadura y comenzaba el adiestramiento militar.
Acompañaba a su señor a la guerra, aunque su cometido era llevar el escudo de
su señor, ayudarle a ponerse y quitarse la armadura, cuidar de sus armas,
limpiar sus armas y su armadura y encargarse de los caballos. A cambio, lo
entrenaban físicamente y lo preparaban para la guerra.
Cuando el
escudero ya estaba preparado, que solía ocurrir a los 20 años, celebraban una
ceremonia denominada investidura, tras la cual quedaban convertidos en caballeros.
La ceremonia
de investidura comenzaba la noche anterior, cuando el caballero se encerraba en
una capilla y se pasaba toda la noche sin comer y en vela rezando junto a sus
armas. A esto se le conocía como “velar las armas”.
Al amanecer
abrían las puertas y entraban todos. Sus armas eran colocadas en el altar y un
sacerdote las bendecía. A continuación, el caballero se colocaba de rodillas a
ante su señor, en señal de sumisión y respeto y este le daba con su espada en
los hombros proclamándolo caballero. Este golpe con la espada se conocía con el
nombre de “espaldarazo”.
Si el señor no estaba en el castillo podía ser la
dama quien invistiera caballero al escudero.
La
investidura terminaba con un juramento en el que el caballero se comprometía a
ser valiente y recto, a luchar sin miedo en el campo de batalla, a ser fiel
siempre a Dios y a su señor, no mentir jamás, aunque le costara la vida, ser
amable con
los débiles,
cortes con las mujeres y proteger siempre al indefenso. Tras este juramento
quedaba convertido en caballero.
En ocasiones
si el escudero protagonizaba alguna proeza en el campo de batalla el señor lo
nombraba caballero en ese mismo instante. El escudero solo debía ponerse de
rodillas para que su señor le golpeara con su espada en los hombros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario